sábado, 10 de noviembre de 2012

El huracán del mal.

La gran nube Carmen se acercaba cada vez más a la ciudad. Una tormenta diferente a todas las anteriores, capaz de desatar el caos a su paso. El huracán del mal, así era conocido por muchos. Las tinieblas se hacían poco a poco con cada rincón, cada recuerdo, cada persona. Respirar su seductora fragancia provocaba los más devastadores efectos. El mal tomaba el alma de cada curioso que osaba acercarse a su sensual aura. El peligro era inminente, la desesperación, incrementaba exponencialmente. En los supermercados, los productos de primera necesidad ya escaseaban. Las calles, casi desiertas, exceptuando algún incauto, curioso o despistado. Todo había ocurrido demasiado rápido, cuestión de horas. Habían dado un estricto toque de queda. Nada ni nadie debía variar su ubicación. Deber, ¡cuantísimas personas se ríen de esa palabra! ¿De verdad existe alguien lo suficientemente inteligente cómo para prohibirnos u ordenarnos algo? Carolina y Mario sabían de sabían de sobra que eso era absolutamente imposible. Estaban acostumbrados a las locuras, travesuras, no obstante, nada había llegado a ser tan peligroso cómo aquello.

Mantenerse a cubierto no salvaría a nadie, ellos lo sabían de sobra. El mal, puede con todo, bueno, todo… excepto el amor, la fuerza suprema, la única capaz de vencer al gran temido. Amar es la salvación, la purificación del alma frente al huracán del mal. El amor nos hace débiles, sí, débiles mentalmente, nos hace enloquecer, nos quita la razón, pero otorga una fortaleza insuperable, indescriptible.

Mario susurró algo al oído de Carolina, tan suave, que casi ni ella lograba entenderlo. Cómo guinda, un beso tierno en la parte trasera del cuello, de esos que tanto le gustaban a ella. La había convencido. Sonrió, le gustaba la idea, era ¿lógica? Bueno, más bien, lógicamente alocada. Lógicamente real.

No tenían mucho tiempo, la calidez del sol menguaba a favor de la gelidez de Carmen. En cuanto las tinieblas se hicieran con la ciudad, seria demasiado tarde. No había tiempo para pensar. Simulando pasear tranquilamente por el centro comercial, se aproximaron lentamente a la salida más cercana. La cogió de la mano y comenzaron a correr sin mirar atrás, ignorando todo lo demás, como si ellos fuesen lo único. Se escuchaban voces agitadas, que se diluían proporcionalmente a la velocidad que tomaban. En su camino, temerarios, observando con prismáticos a Carmen… Ya no había casi luz. A unos pocos metros, un antiguo coche con las puertas abiertas, algún despistado, embargado por el temor, había huido del huracán del mal, dejando olvidado su “pequeño”. Se miraron con complicidad, si haces una locura, hazla bien hecha. Subieron al coche, nunca habían conducido uno. Arrancaron, aquello no se parecía nada a los videojuegos. En menos de un minuto habían llegado a su destino, casa de Mario. Dejaron el coche con las puertas abiertas y la llave puesta, no eran unos delincuentes, simplemente, unos jóvenes alocados, con ganas de vivir, diferentes a los demás. Bajaron las persianas, cerraron las puertas, los pestillos. Lo habían conseguido, estaban a salvo.

Carolina le miró fijamente a los ojos, perdiéndose en ellos. El no tardó ni cinco segundos en besarla, nunca había podido resistirse. Un beso, otro, y otro más… La pasión inundó la pequeña habitación, caldeando el ambiente, aislándose del exterior por completo. Bajo las sabanas, un te quiero ahogado, caricias perdidas, miradas profundas. Se abrazaron con fuerza, con todas ellas. Lo que sentían era tan grande que no encontraban las palabras apropiadas para expresarlo. Sus pies, entrelazados, piel contra piel, cada milímetro de esta era una sensación indescriptiblemente apacible. ¿Cuánto me quieres? Susurró Carolina a su oído. Infinito, sonrió Mario. Yo […] más que infinito, añadió ella, sonriendo sinceramente, instantes antes de besarle con una dulzura desmedida.

A tan solo unos tabiques de ellos, el mal se apoderaba de la ciudad. Caos. El poder del huracán había traspasado paredes, suelos. Toda protección había sido en vano. La gente en las calles, se insultaba, se peleaba. Agresiones, robos, amenazas. Oscuridad y tinieblas, tanto en el ambiente, como en el alma de las inocentes victimas. Tan solo unas pocas personas se habían salvado del embrujo, aquellas tan inteligentes como para reconocer que la fuerza suprema, es la del amor. Aquellas lo suficientemente valientes, como para infringir las leyes y no abandonar sus corazonadas. Amor, ese gran misterio, apasionante, mágico, ese que hace que la vida, valga realmente la pena. La salvación.

Ajenos a las nefastas consecuencias de Carmen, el huracán del mal, ellos continuaban disfrutando de su salvación. Protegidos por una fina sabana, un puñado de besos, una ración de caricias, unos quilos de locura, unas toneladas de pasión y sobre todo, por un amor infinito, o incluso, más que eso.

 
Amar, encontrar ese pedazo de ti que andaba perdido en la inmensidad del mundo, cuidarlo, mimarlo. Amar, encontrar la locura, la mágica locura de la felicidad.”

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