Insomnio. Julia a penas
había dormido aquella noche. La habitación, ya iluminada, sin
embargo, ella prefería no abrir los ojos. El despertador le sonó
diferente aquella gélida mañana de Diciembre, más estridente,
menos suyo. Se levantó, estaba mareada, demasiado. No todas las
resacas son de alcohol, ni toda borrachera supone diversión. Cómo
una zoombie comenzó a deambular por la casa. De repente, una pared.
No recordaba que ahí hubiese un tabique.
Algo
más despierta tras en impacto, se dio cuenta del motivo por el cual
aquella mañana todo parecía desconocido. Aquella no era su casa.
Tras unos cuantos intentos fallidos por encontrar la lógica o un simple recuerdo que la situaran en aquel lugar, se dio por vencida.
La casa estaba vacía [...] Aquella no seria la única
incoherencia con la que Julia se enfrentaría. Quizás, algo de agua
fría le aclarase las ideas. Ingenua. Buscó el baño. Lo único que
pudo hacer al entrar, gritar. Tras el espejo, otra persona. Era
imposible. Comenzó a hacer carantoñas... Sí, supuestamente aquella
desconocida de cabellos dorados, era ella. Debía estar soñando.
Eso, o se había vuelto loca.
Encendió
la televisión para averiguar algo sobre su paradero, su identidad.
No comprendía una sola palabra, parecía francés. Alarmada, tal y
cómo se había levantado, salió del edificio. Estaba en París, sin
duda. Incluso estaba segura que se trataba de Montmatre. No entendía
absolutamente nada, no obstante, comenzó a darse cuenta que no estaba
allí para comprender, si no para sentir, para vivir. Subió de nuevo
a su piso, no podía salir a explorar en camisón. No muy lejos de
Julia, Carlos vivía la misma locura, de una manera algo diferente,
pero la esencia, idéntica.
Cada rincón del nuevo
armario de Julia derrochaba elegancia y sensualidad. Falda de tubo
negra con una sugerente obertura lateral, blusa de seda y, cómo no,
una bonita boina negra. Sin pensarlo dos veces, salió con decisión
de casa, con ganas de aventuras, pero ante todo, con ganas de vivir.
Caminaba sin rumbo, dejando a su destino la oportunidad de actuar. Si
estaba allí, debía ser por algo importante, algo tan grande, que
tal vez, incluso le resultase imposible de imaginar.
Carlos, por el contrario,
cayó en el error de creer encontrarse en un sueño, de esos tan
reales, que llegan hasta a asustar. Así pues, decidió aprovechar su
estancia en la ciudad del romanticismo y la pasión, para hacer
locuras, atreverse a hacer todo aquello que en la realidad, no tendría la
valentía suficiente para realizar. La primera de todas, superar su
vértigo. La Torre Eiffel, no existía un reto mejor.
Con una sonrisa más
amplia de lo habitual, Julia recorría las calles de París, sin
perderse ni un solo detalle, guiándose únicamente por su instinto. La
torre Eiffel, a lo lejos. Nunca la habría imaginado tan grandiosa,
tan extremadamente magnética. Inconscientemente, se acercaba a ella,
le atraía cómo si de un imán se tratase, hipnotizada por su belleza. Cuantísimas veces había
fantaseado con aquel lugar. No podía dejar de mirarla, caminaba ausente, perdida en su hechizo. Un golpe la trajo de
vuelta a la realidad, tan fuerte, que rebotó cayendo al suelo.
Cuando alzó la mirada, lo único que pudo ver aquella vez, fueron
unos ojos castaños, extremadamente cálidos y familiares. Era él.
"Deja de lado el pensamiento. Las mejores cosas de esta vida no están para comprenderlas, tan solo para vivirlas, sentirlas. Tan extremadamente grandes que resultan inalcanzables para la mente, tan solo aptas para el corazón."