Un
nuevo día. Oscuro, apagado, triste, melancólico, confuso, tal vez, incluso
relajante. Carolina observaba el panorama a través del cristal. Su reflejo
tenue, casi imperceptible sobre la impecable ventana. Un recuerdo fugaz, una
sonrisa inconsciente. Aun sentía el sabor de la pasada noche. Tal vez, todo
fuese un sueño, demasiado mágico como para ser real. Se acarició los labios con
sus finos dedos, recordando así con más intensidad. Sí, no podía haber sido un
simple sueño.
¿Quién
era aquel tipo? No sabia absolutamente nada de él, salvo su inmenso poder de
seducción. No le conocía, era imposible que alguien pudiese olvidar aquellos
ojos verdes. Frustración, rabia, impaciencia. Necesitaba saber algo sobre él,
volverle a ver. No le quedaba otra [...] tenía que seguirle el juego.
Pasaron
los días, cada mañana Carolina cogía el mismo autobús, con la esperanza de
encontrarle en el lugar de su primer encuentro, pero Mario no aparecía.
Desesperación. Aquel beso le robaba el sueño, la cabeza, un secuestro psicológico.
Cada vez quedaba más y más lejano el recuerdo, olvidaba progresivamente la
calidez y el misterio. El olvido es siempre proporcional al tiempo.
Pero
el destino todavía no quedaba
satisfecho, aun no había cumplido su misión. Una abrasante mañana de agosto en
una bonita playa valenciana, dos supuestos desconocidos volverían a
encontrarse. Carolina jugaba alegremente con su hermana. La pequeña le atacaba
echándole agua violentamente, mientras Carolina dejaba caer su cuerpo en el
mar, haciendo creer a su hermana que era capaz de vencerla. De repente, algo
llamó su atención, o más bien, alguien, alguien familiar. Mario, inconfundible,
incluso de espaldas.
Una
punzada, seguida de un mini ataque al corazón, no sabia muy bien cómo
reaccionar. Decidió esperar, después de
tantas semanas, unos minutos más seria soportables. Prefería que fuese el quien
la buscase. Lo que ocurrió instantes después la dejó absolutamente perpleja.
Ya
de noche, en su cama, continuaba pensando en lo que había presenciado en la
playa. Era extraño, demasiado. Lo peor de todo, no había hablado con el, un
simple y soso hola de lejos. Desde luego, un saludo que desmerecía con creces
el recuerdo de aquella noche. Él tan solo se había molestado en hablar con su
madre. ¿Se conocían? ¿Cómo se lo preguntaba a su madre sin comentar lo que
ocurrió entre ellos? No soportaba más la incertidumbre. Algo estaba claro, algo
les ligaba en el pasado. Ya eran las tres de la mañana cuando una idea
fugaz la iluminó en la oscuridad de la
noche.
Comenzó
a rebuscar en su baúl de los recuerdos; literalmente. A los pies de su cama,
una bonita caja de estilo oriental y motivos étnicos, a juego con el resto del
mobiliario, creaba la sensación de armonía y calidez. Al fondo, un álbum de
fotos llamó su atención. Sobre salía, y casualmente, era el número 23. No se
contuvo un solo segundo más, rápidamente comenzó a ojear el interior. Cada
fotografía era una sonrisa. A penas tendría tres años, pero la misma mirada.
Eran imágenes divertidas, alegres, llenas de sentimientos. Pasó una página. No, no podía ser. Era el, no
había duda alguna. Esos ojos eran inconfundibles. Iban de la mano, ella mucho
más pequeña que el. Era una foto preciosa. Se les veía felices, sin
preocupaciones. Continuo pasando páginas. Hubo una fotografía que realmente
llamó su atención, salían dándose un besito, un piquito. Eran realmente
adorables. Así que... habían sido
"novios" cuando a penas sabían hablar. Era curioso, ella no recordaba
nada. La noche del concierto, aquel no fue su primer beso. Carolina sintió algo
extraño en su interior con esa ultima reflexión. Esperaría a la mañana
siguiente para preguntar a su madre sobre el misterioso chico.
¿El
final de la historia? evidente ¿no? Más bien; el principio. Mario abandonó la
ciudad a los pocos meses de cumplir los cinco años. Vivió gran parte de su vida
en París, esa mágica y romántica ciudad bohemia que tanto nos hace soñar. Nada más cumplir los veinte, el y su familia
decidieron volver a su ciudad natal, echaban en falta la calidez y la forma de
vida mediterránea. Al regresar, Mario aun conservaba el tierno recuerdo de
Carolina, su amor de la infancia. No se quitaba de la cabeza el volverla a ver,
así que, se puso manos a la obra e investigó hasta dar con su número. No sabia
muy bien como hablarle, ella menor, y seguramente no recordaría nada. El
destino, oportuno, les hizo coincidir un lunes cualquiera, en un autobús
cualquiera. Mario la reconoció, no podría olvidar jamás aquella sincera
sonrisa. Carolina, como siempre, regalando alegría por dónde pasase. Mario tuvo
esa gran idea que tanto espacio ocuparía en la mente de Carolina. El resto,
podéis imaginarlo, ese gran sentimiento, amor.
Las casualidades no existen, es la vida, que trata de darnos señales para llevarnos por el camino más indicado. Estate atento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario