miércoles, 22 de agosto de 2012

Una historia cómo cualquier otra - Parte III


Un nuevo día. Oscuro, apagado, triste, melancólico, confuso, tal vez, incluso relajante. Carolina observaba el panorama a través del cristal. Su reflejo tenue, casi imperceptible sobre la impecable ventana. Un recuerdo fugaz, una sonrisa inconsciente. Aun sentía el sabor de la pasada noche. Tal vez, todo fuese un sueño, demasiado mágico como para ser real. Se acarició los labios con sus finos dedos, recordando así con más intensidad. Sí, no podía haber sido un simple sueño.

¿Quién era aquel tipo? No sabia absolutamente nada de él, salvo su inmenso poder de seducción. No le conocía, era imposible que alguien pudiese olvidar aquellos ojos verdes. Frustración, rabia, impaciencia. Necesitaba saber algo sobre él, volverle a ver. No le quedaba otra [...] tenía que seguirle el juego.

Pasaron los días, cada mañana Carolina cogía el mismo autobús, con la esperanza de encontrarle en el lugar de su primer encuentro, pero Mario no aparecía. Desesperación. Aquel beso le robaba el sueño, la cabeza, un secuestro psicológico. Cada vez quedaba más y más lejano el recuerdo, olvidaba progresivamente la calidez y el misterio. El olvido es siempre proporcional al tiempo.

Pero el destino todavía  no quedaba satisfecho, aun no había cumplido su misión. Una abrasante mañana de agosto en una bonita playa valenciana, dos supuestos desconocidos volverían a encontrarse. Carolina jugaba alegremente con su hermana. La pequeña le atacaba echándole agua violentamente, mientras Carolina dejaba caer su cuerpo en el mar, haciendo creer a su hermana que era capaz de vencerla. De repente, algo llamó su atención, o más bien, alguien, alguien familiar. Mario, inconfundible, incluso de espaldas.

Una punzada, seguida de un mini ataque al corazón, no sabia muy bien cómo reaccionar.  Decidió esperar, después de tantas semanas, unos minutos más seria soportables. Prefería que fuese el quien la buscase. Lo que ocurrió instantes después la dejó absolutamente perpleja.

Ya de noche, en su cama, continuaba pensando en lo que había presenciado en la playa. Era extraño, demasiado. Lo peor de todo, no había hablado con el, un simple y soso hola de lejos. Desde luego, un saludo que desmerecía con creces el recuerdo de aquella noche. Él tan solo se había molestado en hablar con su madre. ¿Se conocían? ¿Cómo se lo preguntaba a su madre sin comentar lo que ocurrió entre ellos? No soportaba más la incertidumbre. Algo estaba claro, algo les ligaba en el pasado. Ya eran las tres de la mañana cuando una idea fugaz  la iluminó en la oscuridad de la noche.

Comenzó a rebuscar en su baúl de los recuerdos; literalmente. A los pies de su cama, una bonita caja de estilo oriental y motivos étnicos, a juego con el resto del mobiliario, creaba la sensación de armonía y calidez. Al fondo, un álbum de fotos llamó su atención. Sobre salía, y casualmente, era el número 23. No se contuvo un solo segundo más, rápidamente comenzó a ojear el interior. Cada fotografía era una sonrisa. A penas tendría tres años, pero la misma mirada. Eran imágenes divertidas, alegres, llenas de sentimientos.  Pasó una página. No, no podía ser. Era el, no había duda alguna. Esos ojos eran inconfundibles. Iban de la mano, ella mucho más pequeña que el. Era una foto preciosa. Se les veía felices, sin preocupaciones. Continuo pasando páginas. Hubo una fotografía que realmente llamó su atención, salían dándose un besito, un piquito. Eran realmente adorables. Así que...  habían sido "novios" cuando a penas sabían hablar. Era curioso, ella no recordaba nada. La noche del concierto, aquel no fue su primer beso. Carolina sintió algo extraño en su interior con esa ultima reflexión. Esperaría a la mañana siguiente para preguntar a su madre sobre el misterioso chico.

¿El final de la historia? evidente ¿no? Más bien; el principio. Mario abandonó la ciudad a los pocos meses de cumplir los cinco años. Vivió gran parte de su vida en París, esa mágica y romántica ciudad bohemia que tanto nos hace soñar.  Nada más cumplir los veinte, el y su familia decidieron volver a su ciudad natal, echaban en falta la calidez y la forma de vida mediterránea. Al regresar, Mario aun conservaba el tierno recuerdo de Carolina, su amor de la infancia. No se quitaba de la cabeza el volverla a ver, así que, se puso manos a la obra e investigó hasta dar con su número. No sabia muy bien como hablarle, ella menor, y seguramente no recordaría nada. El destino, oportuno, les hizo coincidir un lunes cualquiera, en un autobús cualquiera. Mario la reconoció, no podría olvidar jamás aquella sincera sonrisa. Carolina, como siempre, regalando alegría por dónde pasase. Mario tuvo esa gran idea que tanto espacio ocuparía en la mente de Carolina. El resto, podéis imaginarlo, ese gran sentimiento, amor.


Las casualidades no existen, es la vida, que trata de darnos señales para llevarnos por el camino más indicado. Estate atento.

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