sábado, 10 de noviembre de 2012

El huracán del mal.

La gran nube Carmen se acercaba cada vez más a la ciudad. Una tormenta diferente a todas las anteriores, capaz de desatar el caos a su paso. El huracán del mal, así era conocido por muchos. Las tinieblas se hacían poco a poco con cada rincón, cada recuerdo, cada persona. Respirar su seductora fragancia provocaba los más devastadores efectos. El mal tomaba el alma de cada curioso que osaba acercarse a su sensual aura. El peligro era inminente, la desesperación, incrementaba exponencialmente. En los supermercados, los productos de primera necesidad ya escaseaban. Las calles, casi desiertas, exceptuando algún incauto, curioso o despistado. Todo había ocurrido demasiado rápido, cuestión de horas. Habían dado un estricto toque de queda. Nada ni nadie debía variar su ubicación. Deber, ¡cuantísimas personas se ríen de esa palabra! ¿De verdad existe alguien lo suficientemente inteligente cómo para prohibirnos u ordenarnos algo? Carolina y Mario sabían de sabían de sobra que eso era absolutamente imposible. Estaban acostumbrados a las locuras, travesuras, no obstante, nada había llegado a ser tan peligroso cómo aquello.

Mantenerse a cubierto no salvaría a nadie, ellos lo sabían de sobra. El mal, puede con todo, bueno, todo… excepto el amor, la fuerza suprema, la única capaz de vencer al gran temido. Amar es la salvación, la purificación del alma frente al huracán del mal. El amor nos hace débiles, sí, débiles mentalmente, nos hace enloquecer, nos quita la razón, pero otorga una fortaleza insuperable, indescriptible.

Mario susurró algo al oído de Carolina, tan suave, que casi ni ella lograba entenderlo. Cómo guinda, un beso tierno en la parte trasera del cuello, de esos que tanto le gustaban a ella. La había convencido. Sonrió, le gustaba la idea, era ¿lógica? Bueno, más bien, lógicamente alocada. Lógicamente real.

No tenían mucho tiempo, la calidez del sol menguaba a favor de la gelidez de Carmen. En cuanto las tinieblas se hicieran con la ciudad, seria demasiado tarde. No había tiempo para pensar. Simulando pasear tranquilamente por el centro comercial, se aproximaron lentamente a la salida más cercana. La cogió de la mano y comenzaron a correr sin mirar atrás, ignorando todo lo demás, como si ellos fuesen lo único. Se escuchaban voces agitadas, que se diluían proporcionalmente a la velocidad que tomaban. En su camino, temerarios, observando con prismáticos a Carmen… Ya no había casi luz. A unos pocos metros, un antiguo coche con las puertas abiertas, algún despistado, embargado por el temor, había huido del huracán del mal, dejando olvidado su “pequeño”. Se miraron con complicidad, si haces una locura, hazla bien hecha. Subieron al coche, nunca habían conducido uno. Arrancaron, aquello no se parecía nada a los videojuegos. En menos de un minuto habían llegado a su destino, casa de Mario. Dejaron el coche con las puertas abiertas y la llave puesta, no eran unos delincuentes, simplemente, unos jóvenes alocados, con ganas de vivir, diferentes a los demás. Bajaron las persianas, cerraron las puertas, los pestillos. Lo habían conseguido, estaban a salvo.

Carolina le miró fijamente a los ojos, perdiéndose en ellos. El no tardó ni cinco segundos en besarla, nunca había podido resistirse. Un beso, otro, y otro más… La pasión inundó la pequeña habitación, caldeando el ambiente, aislándose del exterior por completo. Bajo las sabanas, un te quiero ahogado, caricias perdidas, miradas profundas. Se abrazaron con fuerza, con todas ellas. Lo que sentían era tan grande que no encontraban las palabras apropiadas para expresarlo. Sus pies, entrelazados, piel contra piel, cada milímetro de esta era una sensación indescriptiblemente apacible. ¿Cuánto me quieres? Susurró Carolina a su oído. Infinito, sonrió Mario. Yo […] más que infinito, añadió ella, sonriendo sinceramente, instantes antes de besarle con una dulzura desmedida.

A tan solo unos tabiques de ellos, el mal se apoderaba de la ciudad. Caos. El poder del huracán había traspasado paredes, suelos. Toda protección había sido en vano. La gente en las calles, se insultaba, se peleaba. Agresiones, robos, amenazas. Oscuridad y tinieblas, tanto en el ambiente, como en el alma de las inocentes victimas. Tan solo unas pocas personas se habían salvado del embrujo, aquellas tan inteligentes como para reconocer que la fuerza suprema, es la del amor. Aquellas lo suficientemente valientes, como para infringir las leyes y no abandonar sus corazonadas. Amor, ese gran misterio, apasionante, mágico, ese que hace que la vida, valga realmente la pena. La salvación.

Ajenos a las nefastas consecuencias de Carmen, el huracán del mal, ellos continuaban disfrutando de su salvación. Protegidos por una fina sabana, un puñado de besos, una ración de caricias, unos quilos de locura, unas toneladas de pasión y sobre todo, por un amor infinito, o incluso, más que eso.

 
Amar, encontrar ese pedazo de ti que andaba perdido en la inmensidad del mundo, cuidarlo, mimarlo. Amar, encontrar la locura, la mágica locura de la felicidad.”

sábado, 13 de octubre de 2012

Aquello que fuimos cuando yo no era yo y tu no eras tu. Parte II

Insomnio. Julia a penas había dormido aquella noche. La habitación, ya iluminada, sin embargo, ella prefería no abrir los ojos. El despertador le sonó diferente aquella gélida mañana de Diciembre, más estridente, menos suyo. Se levantó, estaba mareada, demasiado. No todas las resacas son de alcohol, ni toda borrachera supone diversión. Cómo una zoombie comenzó a deambular por la casa. De repente, una pared. No recordaba que ahí hubiese un tabique.

Algo más despierta tras en impacto, se dio cuenta del motivo por el cual aquella mañana todo parecía desconocido. Aquella no era su casa. Tras unos cuantos intentos fallidos por encontrar la lógica o un simple recuerdo que la situaran en aquel lugar, se dio por vencida. 

La casa estaba vacía [...] Aquella no seria la única incoherencia con la que Julia se enfrentaría. Quizás, algo de agua fría le aclarase las ideas. Ingenua. Buscó el baño. Lo único que pudo hacer al entrar, gritar. Tras el espejo, otra persona. Era imposible. Comenzó a hacer carantoñas... Sí, supuestamente aquella desconocida de cabellos dorados, era ella. Debía estar soñando. Eso, o se había vuelto loca.

Encendió la televisión para averiguar algo sobre su paradero, su identidad. No comprendía una sola palabra, parecía francés. Alarmada, tal y cómo se había levantado, salió del edificio. Estaba en París, sin duda. Incluso estaba segura que se trataba de Montmatre. No entendía absolutamente nada, no obstante, comenzó a darse cuenta que no estaba allí para comprender, si no para sentir, para vivir. Subió de nuevo a su piso, no podía salir a explorar en camisón. No muy lejos de Julia, Carlos vivía la misma locura, de una manera algo diferente, pero la esencia, idéntica.

Cada rincón del nuevo armario de Julia derrochaba elegancia y sensualidad. Falda de tubo negra con una sugerente obertura lateral, blusa de seda y, cómo no, una bonita boina negra. Sin pensarlo dos veces, salió con decisión de casa, con ganas de aventuras, pero ante todo, con ganas de vivir. Caminaba sin rumbo, dejando a su destino la oportunidad de actuar. Si estaba allí, debía ser por algo importante, algo tan grande, que tal vez, incluso le resultase imposible de imaginar.

Carlos, por el contrario, cayó en el error de creer encontrarse en un sueño, de esos tan reales, que llegan hasta a asustar. Así pues, decidió aprovechar su estancia en la ciudad del romanticismo y la pasión, para hacer locuras, atreverse a hacer todo aquello que en la realidad, no tendría la valentía suficiente para realizar. La primera de todas, superar su vértigo. La Torre Eiffel, no existía un reto mejor.

Con una sonrisa más amplia de lo habitual, Julia recorría las calles de París, sin perderse ni un solo detalle, guiándose únicamente por su instinto. La torre Eiffel, a lo lejos. Nunca la habría imaginado tan grandiosa, tan extremadamente magnética. Inconscientemente, se acercaba a ella, le atraía cómo si de un imán se tratase, hipnotizada por su belleza. Cuantísimas veces había fantaseado con aquel lugar. No podía dejar de mirarla, caminaba ausente, perdida en su hechizo. Un golpe la trajo de vuelta a la realidad, tan fuerte, que rebotó cayendo al suelo. Cuando alzó la mirada, lo único que pudo ver aquella vez, fueron unos ojos castaños, extremadamente cálidos y familiares. Era él.


"Deja de lado el pensamiento. Las mejores cosas de esta vida no están para comprenderlas, tan solo para vivirlas, sentirlas. Tan extremadamente grandes que resultan inalcanzables para la mente, tan solo aptas para el corazón."

jueves, 27 de septiembre de 2012

Aquello que fuimos cuando yo no era yo y tu no eras tu. - Parte I

Iniciando sesión. El momento preferido de su día. El reloj sonó, ya eran las once. La hora de su cita. Julia esperaba ansiosa. Desde hacia ya más de seis meses acostumbra a hacer lo mismo cada noche.

A cientos de kilómetros, Carlos miraba atentamente la pantalla, deseando ver en verde el Nick de Julia. Nunca la había visto, pero la conocía mejor que a nadie. Tenia un par de fotos de ella… era preciosa. Dicen que el rostro es el reflejo del alma, y en su caso, el refrán se cumplía a la perfección. Siempre salía con una amplia y sincera sonrisa, casi tan increíble cómo su visión optimista de la realidad. Sus ojos, oscuros, profundos, rebosaban pasión, pasión que a ella le sobraba. Julia no lo sabía, pero una de esas fotos era el fondo de pantalla de Carlos. Al fin, una carita sonriente apareció en su escritorio, sacándole una sonrisa de pómulo a pómulo. Aquella noche Julia no estaba muy vital, parecía triste, dolida. Carlos, preocupado, no paraba de preguntarle si le ocurría algo. Nada. Julia trataba de mentirse a si misma, sabia perfectamente el motivo de su estado anímico. Cambió de tema, era la opción más sencilla, también la más segura. En su habitación, ``I’m lost without you`` sonaba a todo volumen, poniéndole la piel de gallina, incitando sus lágrimas peligrosamente. Y es que, era cierto, estaba absolutamente perdida sin el. Miró su foto, la había imprimido, aunque el, no lo sabia. Era perfecto para ella. Ojos pardos, tupé oscuro, incluso más que los ojos de Julia. Salía serio siempre, era su manía; no sonreír en las fotos. Julia soñaba con ver su sonrisa algún día, incluso, ser ella el motivo de esta. Su espíritu alternativo estaba muy reflejado en su imagen. En su oreja izquierda, una pequeña dilatación. Camisetas desgastadas, jeans ajustados. Maldita distancia pensó.

El tiempo pasaba. A pesar del pésimo estado anímico de Julia, conversaron sobre los temas habituales; clases, filosofía, ciencia, tonterías de todo tipo… La media noche llegaba. Carlos no podía quitarse de la cabeza los posibles motivos de la tristeza de su amiga. Era muy importante para el, incluso demasiado. Empezaba a plantearse la posibilidad de que, quizá, estaba enamorado […] Lo estaba, no había duda alguna. Sentía la necesidad de hablarle de todo lo que ocurría en su interior, pero no sabía muy bien cómo empezar. Temía echar a perder la amistad. Se levantó bruscamente y caminó hacia la cocina; necesitaba una cerveza bien fría. Al volver, miró la foto de Julia, y se la bebió casi de un trago. Ella estaba a punto de irse, madrugaba y necesitaba descansar. En un ataque de valentía, o más bien, un impulso pasional, decidió que había llegado el momento.

[Carlos91]: Espera!
[July93]: Dime :)
[Carlos91]: Es que… Ósea…
[July93]: Mmm, pasa algo?
[Carlos91]: No, nada, cosas mías.
[July93]: Sabes de sobra que puedes contarme lo que quieras, Carlos.
[Carlos91]: Digamos […] que es complicado. A demás, tienes que dormir, no es el mejor momento.
[July93]: Tu eres tonto?
Cuéntamelo. Hasta que no lo hagas no me pienso ir. Já.
[Carlos91]: Si, un poco si lo soy hahaha
Y tú… siempre tan cabezota!
[July93]: Si, si. Pero admite que eso te encanta.
[Carlos91]: Lo admito, lo admito.
[July93]: Pues venga, cuenta.
[Carlos91]: De verdad tengo que hacerlo? Hoy estas muy mandona eh!
[July93]: Bueno, tampoco quiero que te sientas obligado.
Aunque sinceramente, pensaba que teníamos más confianza.
[Carlos91]: Eso es chantaje emocional, tramposa!
Te lo voy a contar, pero antes quiero que me prometas algo.
[July93]: Lo que sea.
[Carlos91]: Qué nuestra amistad no cambiará nunca, pase lo que pase.
[July93]: Pues vaya tontería! Eso ya lo sabes. Qué haría yo sin ti?
[Carlos91]: Solo era por seguridad hahaha
Allá voy.
[July93]: Soy toda oídos […] digo […] ojos! ;)
[Carlos91]: Te quiero
[July93]: Cómo?
[Carlos91]: eso... qué te quiero mucho Julia...
[July93]: Qué dices? No me lo creo.
[Carlos91]:Cómo que no te lo crees? Te prometo que voy en serio [..]
[July93]: es que... yo siento lo mismo...
[Carlos91]: en ese caso... deberíamos alegrarnos no?
[July93]: No, para nada...
[Carlos91]: que dices?
[July93]: La distancia duele Carlos, demasiado...

Carlos desesperaba ante la pantalla, quería verla feliz, se sentía culpable, demasiado. Miles de kilómetros al sur, Julia cerraba los ojos, tratando de contener las lágrimas, mientras, imaginaba lo que podrían llegado a haber sido, si ella no fuese ella, y el no fuese el.

El amor no entiende de horas ni kilómetros. El amor es caprichoso, involuntario, contradictorio. Podemos sentir que morimos de amor, sin embargo, una vida sin amor, ya es muerte por si sola. 

jueves, 23 de agosto de 2012

Dime solo que te quedarás.

Una copa, otra, y otra más. Las penas muchas veces son complicadas de ahogar. Miré a mi alrededor, la medianoche aun no había llegado. Desganada, rellené de nuevo el vaso. No sabía porqué estaba allí, simplemente, estaba. No tenia sentido, todo lo había perdido. Caminaba sin rumbo, perdida en la inmensidad del mundo. La soledad, mi mejor amiga, una amiga impuesta. La odiaba mucho.  Estaba harta de aquella situación, o más bien, de aquel sentimiento. Lo peor de todo, ni tan si quiera me entendía a mi misma, no hacia nada por cambiar las cosas. Estancada, frustrada me sentía mediocre, absolutamente mediocre. En un arrebato pasional, muy frecuentes en mi, lancé el gin-tonic sobre la barra, y sin pensarlo dos veces salí de aquel oscuro antro.

Genial, una gota calló sobre mi cabeza, lo que me faltaba, lluvia. Lancé una mirada de odio al cielo mientras un escalofrió recorría mi cuerpo. Entorné los ojos, nada era nítido, tal vez, cómo mi vida, borrosa. Caminé unas cuantas manzanas sin pensar, dejándome llevar por mi instinto, olvidando lo racional. Cómo un zombi, dando algún que otro tumbo, me dirigí decididamente a la gran escalinata de Montmatre. Arriba, una de las vistas más preciosas y bohemias de la ciudad. Miles de luces, pequeñas, en movimiento. La lluvia, insistente. La luna, la gran dama de la noche, sobresalía entre las espesas nubes. Sobria aún, dejándome llevar por la lejana melodía de un violín, me acerqué al borde, empapando de sensaciones mis sentidos. La gélida brisa de la noche me hacia sentir libre, joven; por un segundo me sentía bien. Desde allí arriba todo era diferente; las personas, diminutas, cada una a lo suyo, siguiendo su camino, su plan de vida. Habían encontrado el sentido a su existencia, eran útiles, destacaban. Sin embargo, ¿qué había logrado yo en mis veinticuatro años? Había desperdiciado el tiempo, algo que jamás podría recuperar. Mudarme a París era mi sueño, un sueño que logre hace algo más de un año. ¿Y ahora? No conseguía encontrar mi lugar en aquella gran civilización. Tantas personas y nada que me ligase a aquello, quizás era el momento de regresar. Lagrimas fundiéndose en la lluvia. Sola y sin ambiciones, me sentía vacía, sin ganas de seguir luchando, si es que lo había hecho alguna vez.

-¿Qué haces ahí?- la voz me resultaba muy familiar, pero el alcohol había disminuido notablemente mis facultades.
-Nada. -mi voz, ahogada. Ni tan si quiera me giré.

No tenia ganas de hablar, tan solo de perderme en mis emociones. Una condena a un circulo vicioso sin salida alguna. Unas manos grandes y fuertes rodearon mi cintura y me alejaron del borde de la montaña. Era Martín, compañero de trabajo y único amigo allí.

-¿Ya has vuelto a beber? -A veces me recordaba a mi padre.
-Solo un poco. -Mi voz titubeaba notablemente.
-No te estas en pie, Alicia, ¿a quien pretendes engañar? -su mirada, inquisidora - Podrías haber caído, te habrías echo mucho daño.
-No me he caído, pues ya está. -no me recordaba a mi padre, era peor que él.
-Eres un peligro Alicia. -esta vez sonreía discretamente, me pregunté que pasaría por su cabeza en aquel instante.
-Puede. -Estaba algo mareada.
-Vamos a pillar un catarro de los buenos. - aun no terminó la frase cuando abrió el paraguas de nuevo.
-¿Qué hacías por aquí?
-Nada, pasear, sabes de sobra que las noches lluviosas en Montmatre son mi fuente de inspiración. - Martín destacaba por su espíritu artístico, tanto cómo diseñador como de músico.- Yo podría preguntarte lo mismo a ti.
-No se, no se que hacia aquí, sinceramente.  Sólo me estaba dejando llevar. -el mareo menguaba.
-Eso no ha sonado muy alegre. -mientras terminaba la frase con pesar, me miró a los ojos. -¿ Tú has llorado verdad?
-No, es el alcohol.
-Mentira.
-Verdad.
-¿Se puede saber que te pasa? -Martín parecía realmente preocupado.

Me rendí, ¿a quien iba a contarle mi angustia interna si no era a el? Al fin y al cabo, era de confianza. Le expliqué cada detalle, desde aquello que me quitaba el sueño hasta mi decisión de regresar a España. El, me miraba serio, demasiado incluso. No articuló una sola palabra durante mi monologo interior exteriorizado.

-Eres tonta, muy tonta. No se me ocurre nada más que decirte. -Nunca antes le había visto tan serio.
-Si, eso ya lo se. -no sabia muy bien que responder.
-Si vuelves, dejarás atrás el que era tu sueño, te rendirás. En el fondo, sabes lo que te haría feliz, que te falta, solo que no eres lo suficiente valiente como para luchar por ello. Vales mucho, te lo aseguro, y si decides quedarte, te ayudaré mucho, todo lo que esté en mi mano. Lo prometo. Y eso de soledad, me tienes a mi, y me importas mucho, mucho más de lo que imaginas. Desde que llegaste, has transformado mi vida, aunque no te hayas dado cuenta.
-Martín, me has dejado sin palabras. -No sabia que decir, me había emocionado.
-Dime solo que te quedarás.
-Me quedaré. - Aun no estaba del todo convencida.
-Te acompañaré a casa. -comenzaron a bajar la alta escalinata. - Necesitas descansar.

El silencio fue el protagonista desde aquel paseo. Al llegar a mi portal, con una mirada tierna, me dio las buenas noches.

Me acosté, todo daba vueltas, todo menos mis ideas. Martín era increíble. No me marcharía, aun tenia muchos sueños por cumplir, y esta vez tenia la certeza de que, con esfuerzo, lo conseguiría.


Tal vez, no puedas cambiar el mundo. Pero lo que si puedes es cambiarle el mundo a alguien.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Una historia cómo cualquier otra - Parte III


Un nuevo día. Oscuro, apagado, triste, melancólico, confuso, tal vez, incluso relajante. Carolina observaba el panorama a través del cristal. Su reflejo tenue, casi imperceptible sobre la impecable ventana. Un recuerdo fugaz, una sonrisa inconsciente. Aun sentía el sabor de la pasada noche. Tal vez, todo fuese un sueño, demasiado mágico como para ser real. Se acarició los labios con sus finos dedos, recordando así con más intensidad. Sí, no podía haber sido un simple sueño.

¿Quién era aquel tipo? No sabia absolutamente nada de él, salvo su inmenso poder de seducción. No le conocía, era imposible que alguien pudiese olvidar aquellos ojos verdes. Frustración, rabia, impaciencia. Necesitaba saber algo sobre él, volverle a ver. No le quedaba otra [...] tenía que seguirle el juego.

Pasaron los días, cada mañana Carolina cogía el mismo autobús, con la esperanza de encontrarle en el lugar de su primer encuentro, pero Mario no aparecía. Desesperación. Aquel beso le robaba el sueño, la cabeza, un secuestro psicológico. Cada vez quedaba más y más lejano el recuerdo, olvidaba progresivamente la calidez y el misterio. El olvido es siempre proporcional al tiempo.

Pero el destino todavía  no quedaba satisfecho, aun no había cumplido su misión. Una abrasante mañana de agosto en una bonita playa valenciana, dos supuestos desconocidos volverían a encontrarse. Carolina jugaba alegremente con su hermana. La pequeña le atacaba echándole agua violentamente, mientras Carolina dejaba caer su cuerpo en el mar, haciendo creer a su hermana que era capaz de vencerla. De repente, algo llamó su atención, o más bien, alguien, alguien familiar. Mario, inconfundible, incluso de espaldas.

Una punzada, seguida de un mini ataque al corazón, no sabia muy bien cómo reaccionar.  Decidió esperar, después de tantas semanas, unos minutos más seria soportables. Prefería que fuese el quien la buscase. Lo que ocurrió instantes después la dejó absolutamente perpleja.

Ya de noche, en su cama, continuaba pensando en lo que había presenciado en la playa. Era extraño, demasiado. Lo peor de todo, no había hablado con el, un simple y soso hola de lejos. Desde luego, un saludo que desmerecía con creces el recuerdo de aquella noche. Él tan solo se había molestado en hablar con su madre. ¿Se conocían? ¿Cómo se lo preguntaba a su madre sin comentar lo que ocurrió entre ellos? No soportaba más la incertidumbre. Algo estaba claro, algo les ligaba en el pasado. Ya eran las tres de la mañana cuando una idea fugaz  la iluminó en la oscuridad de la noche.

Comenzó a rebuscar en su baúl de los recuerdos; literalmente. A los pies de su cama, una bonita caja de estilo oriental y motivos étnicos, a juego con el resto del mobiliario, creaba la sensación de armonía y calidez. Al fondo, un álbum de fotos llamó su atención. Sobre salía, y casualmente, era el número 23. No se contuvo un solo segundo más, rápidamente comenzó a ojear el interior. Cada fotografía era una sonrisa. A penas tendría tres años, pero la misma mirada. Eran imágenes divertidas, alegres, llenas de sentimientos.  Pasó una página. No, no podía ser. Era el, no había duda alguna. Esos ojos eran inconfundibles. Iban de la mano, ella mucho más pequeña que el. Era una foto preciosa. Se les veía felices, sin preocupaciones. Continuo pasando páginas. Hubo una fotografía que realmente llamó su atención, salían dándose un besito, un piquito. Eran realmente adorables. Así que...  habían sido "novios" cuando a penas sabían hablar. Era curioso, ella no recordaba nada. La noche del concierto, aquel no fue su primer beso. Carolina sintió algo extraño en su interior con esa ultima reflexión. Esperaría a la mañana siguiente para preguntar a su madre sobre el misterioso chico.

¿El final de la historia? evidente ¿no? Más bien; el principio. Mario abandonó la ciudad a los pocos meses de cumplir los cinco años. Vivió gran parte de su vida en París, esa mágica y romántica ciudad bohemia que tanto nos hace soñar.  Nada más cumplir los veinte, el y su familia decidieron volver a su ciudad natal, echaban en falta la calidez y la forma de vida mediterránea. Al regresar, Mario aun conservaba el tierno recuerdo de Carolina, su amor de la infancia. No se quitaba de la cabeza el volverla a ver, así que, se puso manos a la obra e investigó hasta dar con su número. No sabia muy bien como hablarle, ella menor, y seguramente no recordaría nada. El destino, oportuno, les hizo coincidir un lunes cualquiera, en un autobús cualquiera. Mario la reconoció, no podría olvidar jamás aquella sincera sonrisa. Carolina, como siempre, regalando alegría por dónde pasase. Mario tuvo esa gran idea que tanto espacio ocuparía en la mente de Carolina. El resto, podéis imaginarlo, ese gran sentimiento, amor.


Las casualidades no existen, es la vida, que trata de darnos señales para llevarnos por el camino más indicado. Estate atento.

viernes, 29 de junio de 2012

Una historia como cualquier otra. Parte II

Pasaron las semanas, y nada más se supo de aquel extraño encuentro. Un recuerdo ya lejano, olvidado. Carolina tomó la decisión de considerar aquella mañana de Lunes como una mera anécdota sin importancia, una tontería.

Por el contrario, Mario no se la quitaba de la cabeza. Ansiaba el momento del reencuentro. Creía haber dejado la suficiente intriga como para atraer su atención. Estaba muy equivocado. Esta vez seria el destino el encargado de sorprenderles a ambos.

Ocurrió una noche de Julio. La luna seria la única testigo y las estrellas, cómplices de los secretos que guardaría aquella madrugada estival. Plain White t's, la banda sonora. Ambos llevaban meses esperando aquel momento. Al fin escucharían en directo a uno de sus grupos preferidos. Horas y horas de cola, una lucha por las primeras filas. A penas faltaban unos minutos para que aquello comenzase. Carolina y sus amigas ya habían empezado la noche. Algo más sonrientes de lo normal bailaban y conversaban eufóricamente. Aquella noche Carolina estaba especialmente deslumbrante. Sus rasgados ojos azabache contrastaban con el rojo pasión de sus labios, a juego con el vestidito que tenia preparado para aquella ocasión. Él, también cercano a las primeras filas, estaba en el otro extremo del escenario. Polo blanco, pitillos mostaza, sonrisa perfecta. Jamás hubiese podido imaginar lo que aquella noche le tenia preparado.

Pasaban las once. La música ya llenaba el ambiente. Se respiraba fiesta, alegría, melancolía, tristeza, amor, mucho amor. Es curiosa la capacidad que tiene la música para hacernos sentir, para teletransportarnos a momentos pasados, intensificar emociones.  Ella se movía al ritmo de la música, cantaba a gritos las canciones que tantísimas veces se había hartado a escuchar. Una frase, la piel de gallina. Una melodía, sensación indescriptible.

El fin de la actuación se acercaba. El concierto estaba resultando ser inolvidable. Publico insistente. Nadie quería que aquella noche finalizase tan pronto. Con un acento remarcado el cantante anuncio que tocarían una última canción. Euforia entre los presentes, saltos y aplausos incesantes. "Necesitamos a dos personas para esta ultima actuación" Los focos se movían velozmente por el público iluminando momentáneamente rostros, ilusiones. Poco a poco paraban, casualmente ambos muy cercanos a nuestros protagonistas. Fue en ese momento en el cual el destino, la fortuna, hizo su aparición, dio el primer paso. Cada uno por un lado, se acercaron al escenario. Aun sin subir, sin darse cuenta de nada, les vendaron los ojos y de la mano de un organizador subieron al escenario. Carolina estaba nerviosa, demasiado. Desde siempre se había sentido ridícula delante de la gente. Escuchaba su corazón en la sien. El estaba de lo más tranquilo, como era habitual. Sonreía, le encantaban este tipo de juegos, que el destino le sorprendiese. Los escasos segundos de espera se hicieron eternos.

"Let me take you there" fue la elegida para cerrar aquella noche. Una de las baladas más representativas del grupo, y ellos eran los seleccionados para interpretarla. Oscuridad, lo único que sus vistas percibían. Más de tres minutos en los cuales, tan solo podrían guiarse por aquello que intuyeran, sintieran. De la mano de los organizadores fueron llevados al ritmo de la música hacia algún lugar del escenario, parecía ser el centro, pero no estaban seguros. Se dieron la mano. Ella se sentía algo más segura sin saber porqué. Manos grandes, calidas, fuertes. Le apretó con fuerza casi inconscientemente, mientras su corazón se tranquilizaba lentamente. Fue entonces cuando empezaron a disfrutar, a olvidar todo el alrededor, cantaban, sonreían.

La canción llegaba a su fin. Frente a frente, de las manos, sus labios a milímetros. Les quitaron las vendas. Carolina no daba crédito a lo que sus ojos veían. Era el otra vez. Paralizada por completo, no respondía a ningún estímulo. La sorpresa de Mario no fue menor, sonriendo le soltó las manos y la cogió por la cintura. Estaban en un extremo del escenario, un gran corazón de fuego les rodeaba. Un fuerte estruendo. Miraron al cielo. Fuegos artificiales. El cantante se acercó a ellos para agradecerles su participación mientras el publico aplaudía y silbaba incansablemente. Ella al fin reaccionó, separándose de el, aunque su interior gritaba con todas sus fuerzas lo contrario. Mario discretamente se acerco a ella y le dijo algo al oído."Nos vemos detrás del escenario". Bajaron cada uno por un lado.

Carolina algo aturdida aun, alcanzó a sus amigas. Estas la recibieron enérgicamente. "Cuanto amor he visto ahí arriba" exclamó la más cercana a ella. No podía casi hablar, no asimilaba lo que acababa de ocurrir, era demasiada casualidad. Lo más preocupante era su opinión sobre estas últimas. Necesitaba hablar con el, saber quien diablos era. "Ahora vuelvo, no tardaré mucho". Corriendo entre la gente logró escapar a solas. A los pocos minutos llegó a su destino. Mario la esperaba, al verla no pudo evitar sonreír, le encantaba demasiado, si es que eso es posible. A pocos metros, un descapotable casi tan rojo como los labios de ella. Había demasiado ruido para hablar. A gritos el le propuso alejarse un poco de allí. Ella, sin pensarlo, dejándose llevar subió a su coche. ¿Qué locura estaba haciendo? Ni tan si quiera conocía su nombre. Bajaron al minuto, cuando ya tan solo se escuchaba la paz de la noche. Ella no se atrevía a hablar, el esperaba a que fuese ella quien rompiese el hielo. Un grillo fue el que se decidió al fin. El sonrió, como de costumbre, una sonrisa contagiosa, magnética, seductora. Se miraron a los ojos durante un segundo, un breve instante. Mario sin dudarlo, sin pensar, dejándose llevar la beso dulcemente. Un simple roce. Otro. Otro. Cada vez más pasión, deseo desatado. Besos, caricias, todo menos palabras. Carolina se separó bruscamente de el. Ella no era de ese tipo de chicas.

-Dime quien eres, por favor -más que una orden parecía un suplica.
-Ya te dije aquella mañana en el bus que no. -Era demasiado testarudo.
-Dímelo. -le miró desafiante.
-No.
-Idiota.
-Muchas gracias. -le guiñó el ojo, haciéndola rabiar aun más.
-Llévame al concierto ya. -Carolina parecía realmente enfadada.

Sin articular una sola palabra más la dejo en el concierto y volvió con sus amigos. Ninguno de los dos contaría absolutamente nada de lo que acababa de ocurrir. Tampoco podrían olvidar una noche tan mágica como aquella. Carolina tenia la certeza de que esta no sería una historia como cualquier otra.



"Canciones que acompañan y recuerdan momentos, sensaciones. Canciones para reescuchar millones de veces, verdaderas obras maestras. Porqué, la música no es tan solo lo que escuchamos, si no todo lo que lleva tras ella."

sábado, 23 de junio de 2012

Una historia como cualquier otra. Parte I.

Una típica mañana de lunes, en una ciudad como cualquier otra, una chica de lo más normal subía a un autobús. La rutina de cada semana. Un cambio inesperado. Una insignificante historia como cualquier otra, o tal vez no.

Su ondulada melena despeinaba distraía la atención de las profundas ojeras que caracterizaban su rostro en aquella época de exámenes. Las mañanas no le favorecían para nada. Ojos oscuros, sonrisa sincera, sus armas más poderosas. Los auriculares sus mejores aliados. La melodía de Something inédita de los Beatles deleitaba sus oídos. Un asiento libre desde el cual contemplar la misma estampa de cada día. “Something in the way she moves...” sus rosados labios articulaban la bonita letra sin emitir sonido alguno. Las puertas se cerraron. Carolina continuaba en su mundo, evadiéndose completamente de su alrededor. En algún momento cerraba los ojos, para así sentir con más intensidad la música. Adoraba olvidarse de todo, soñar despierta, imaginar historias imposibles, buscar señales del destino. Las casualidades no existen, son simples señales por interpretar. En el bolsillo derecho de sus desgastados vaqueros, su inseparable smartphone. Una vibración, un nuevo Whatsapp. El número, desconocido. Algo en el le llamó la atención; acababa en veintitrés. Aquel maldito numero llevaba meses persiguiéndola. No se detuvo un segundo más y abrió el mensaje. “Sinceramente, dudo que me recuerdes. Si la curiosidad te puede, ve a la parte trasera del autobús. No, no soy un psicópata, tranquila.” Frunció el ceño, era demasiado extraño. Dentro de ella, una pelea entre el miedo y la curiosidad. Tras una batalla campal de varios segundos, esta último venció.  Nerviosa, se levantó cuidadosamente para no perder el equilibrio. La torpeza era uno de sus distintivos, especialmente cuando estaba algo alterada. Sus ojos, sin descanso, recorrían una y otra vez aquel pequeño espacio en busca de alguna pista, algo que revelase la identidad de su espía. No reconocía a nadie, ningún rostro familiar. No sabia a quien acercarse, que hacer, que decir, se sentía ligeramente mareada. Él, por el contrario, la observaba tratando de ocultar esa sonrisa picara que tanto le caracterizaba. Nunca hubiese imaginado que una mañana de Lunes pudiera prometer tanto. Alrededor de veinte años, metro ochenta, grandes ojos verdes, labios carnosos, postura seductora, manos en los bolsillos. Ninguna mujer podría subir a aquel vehículo sin reparar en el gran atractivo de Mario. Sus miradas se encontraron accidentalmente. Ella sintió algo extraño, no sabia muy bien que era. Un pinchazo en el pecho. ¿En el corazón? No, esas cosas no le iban a ella. Él, aprovechando el contacto visual le sonrió. De nuevo aquella extraña sensación. Carolina se maldecía por dentro. Amor igual dolor, conclusión de su experiencia. No quería volver a experimentarlo […] al menos por un tiempo. Se había prometido a si misma pasar de los hombres, olvidarse de ellos, alejarse de los problemas. Sin levantar la mirada del suelo, llegó a la parte trasera, deseando que el chico de la sonrisa no fuese “su señal”. Sobre su hombro, la mano de Mario, llamando su atención de nuevo. Era él. Carolina notó como la presión en su sangre aumentaba.

-¿Si? -le miró bruscamente, sin tan siquiera quitarse los cascos. Casualmente, “You found me” comenzó a sonar. Y repito, las casualidades no existen.
-¿Parece que busques a alguien no? - Mario guiñó el ojo y frunció los labio reteniendo una sonrisa excesivamente magnética.
-Si […] Pero no se a quien. -No se atrevía a mirarle a los ojos, temía que ocurriese lo que el destino le tenia deparado.
-Nunca había escuchado nada parecido. - Intentaba hacerse el interesante - ¿ Y no sabes nada de él?
-¿Cómo sabes que es un hombre? -Le miró instintivamente a los ojos por primera vez, o al menos, eso pensaba ella.
-Me acabo de delatar ¿no?
-Un poco.
-Te recordaba menos borde.
-Yo simplemente no te recuerdo.
-Lo imaginaba ¿sabes? - Mario intentó huir de la atmósfera de tensión que se estaba creando.
-¿Quien eres? -le miró seriamente a los ojos.
-Eso tendrás que averiguarlo tú.

Las puertas se abrieron justo en ese instante, y sin más despedida, Mario abandono el autobús. Carolina permaneció perpleja durante unos minutos, de pie, mirando al frente. No entendía nada de lo que acababa de pasar. Miró su móvil, tenía un nuevo mensaje. El mismo número de nuevo. “No te molestes en llamarme, no contestaré. Busca un modo más original.” Frunció el ceño, no pensaba caer en su juego. ¿El comienzo de una nueva historia? Tal vez si, tal vez no.



"Puedes imaginar todo cuanto desees, la vida siempre te sorprenderá con algo absolutamente diferente"